Homenaje a Alfonsina Storni


Homenaje a Alfonsina Storni
Sinfonía de paz
Poesía
VV.AA.
Coordinado por Alfred Asís
Poetas del Mundo
Isla Negra, Chile
2016

PRÓLOGO
Norma Beatríz Demaría

Alfonsina: la inquietud de una rosa que pretendían solo blanca, cuando era, en su matiz, de oro y ámbar.
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“… alma desnuda que angustiada y sola
va dejando sus pétalos dispersos.”
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Insiste la lluvia con su torrente cristalino y puro sobre el perfil costero. A lo lejos, las viejas campanas sacuden sus faldas de bronce para el primer y único tañido de madrugada. Luego, se entrega y cae, manso y silencioso, un pétalo de oro y ámbar, 
a la boca incauta de la noche sobre las aguas turbulentas. Quiebra una ola de repente su cintura, en la inmensidad de un mar que aún ignora esta ofrenda de luz de pura cepa, esta riqueza inesperada… y envuelve para siempre en su hermosura, toda la hermosura de tu luz, 
amada Alfonsina. 
Ahora, nace en Isla Negra, Chile, tierra allende al mar- hermano de tu sepulcro de algas y caracolas marinas que te acunan, de vientos con corceles como dioses inmunes, con amaneceres brillantes como naranjas planetarias y rojos como el carmín de una boca que ama en demasía, donde nunca mueren los versos de los grandes, sino que se reeditan y agigantan por la pluma de miles de escritores que acuden al generoso llamado poético de Alfred Asís, la obra mundial tan esperada: “Homenaje a Alfonsina Storni”. Nace y llega esta Obra-Homenaje a la gran autora, desde la hondura esencial del corazón de este poeta chileno que abrazó e incluyó en el horizonte de su vida, la noble tarea de dar y difundir las obras de sus pares, sin esperar ni recibir a cambio. No ha sido nada fácil esta tarea extraordinaria llevada a cabo por Alfred Asís: reunir todas las voces en un todo que laten al unísono en una sinfonía universal; pero pudieron su pasión y empeño, y esta obra, con sus poemas y 27 banderas en su mástil, comienza a navegar el mundo, con una amalgama firmemente amasada en la fragua universal de la poesía, con diversas voces, estilos y latidos, donde nadie baja la lámpara, ni los brazos, los ojos, los versos, ni la sangre , en este admirable homenaje a Alfonsina. Simplemente Alfonsina, porque aún, al decirla así, todos sabemos de quién hablo. Tal como comenta su nieto Guillermo: "¡A mí me gusta robarle una frase a mi padre (Alejandro), y es que con Alfonsina, los Storni nos quedamos sin apellido!". Y a quien nunca deja de sorprenderlo que se llame a su abuela únicamente por su nombre: "Es que muy pocas personas alcanzan tanta popularidad para que baste mencionarlas con el nombre de pila y la gente ya sepa a quien te referís". (Reportaje concedido a Norma Domínguez para contact@swissinfo.ch. 23/ 10/2008) 
Fue su padre, quien eligió el nombre. Y respecto de esta elección, Alfonsina le cuenta, años más tarde, a su amigo Fermín Estrella Gutiérrez: “Me llamaron Alfonsina, nombre árabe que quiere decir dispuesta a todo”. Y acaso esta metáfora paterna, como “algo que ya está allí para ser leído”, devenido significante, la acompañó toda su vida. 
Durante su infancia, huérfana de ternura paterna, de la protección de un padre lejano y melancólico, a una edad en que esta ausencia marca para siempre sus futuras idealizaciones, así tramita en su poesía, a este hombre hosco, vecino a la crueldad:

“De mi padre se cuenta que de caza partía
Cuando rayaba el alba, seguido de su galgo,
Cuenta mi pobre madre que, como comprendía,
Lo miraba a los ojos y su perro gemía.
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Que por días enteros, vagabundo y huraño,
No volvía a casa, y como un ermitaño,
Se alimentaba de aves, dormía sobre el suelo.
Y sólo cuando el Zonda, grandes masas ardientes
De arena y de insectos levanta en los calientes
Desiertos sanjuaninos, cantaba bajo el cielo.”
(“A mi padre”. Ocre, 1925)

Y con una madre asociada a la sumisión y el llanto, la evoca con tristeza:
“Dicen que silenciosas las mujeres han sido
De mi casa materna… Ah, bien pudiera ser…
A veces en mi madre apuntaron antojos
De liberarse, pero se le subió a los ojos
Una honda amargura, y en la sombra lloró…”
(“Bien pudiera ser”, Irremediablemente, 1919)
En esta estructura, elabora a partir de las primeras relaciones intersubjetivas reales y fantaseadas con el ambiente familiar, su profundo desamparo: “A los siete años aparezco en mi casa a las diez de la noche acompañada de la niñera de una casa amiga donde voy después de mis clases y me instalo a cenar.” Así construye su cadena de imagos futuras. Y acaso sea su gran imaginación y su pasión por la palabra, su única defensa, la que sostiene su andamiaje de mujer-poeta encendida y autobiográfica: “A los doce años escribo mi primer verso. Es de noche; mis familiares ausentes. Hablo en él de cementerios, de mi muerte. Lo doblo cuidadosamente y lo dejo debajo del velador, para que mi madre lo lea antes de acostarse. El resultado es esencialmente doloroso; a la mañana siguiente, tras una contestación mía levantisca, unos coscorrones frenéticos pretenden enseñarme que la vida es dulce. Desde entonces, los bolsillos de mis delantales, los corpiños de mis enaguas, están llenos de papeluchos borroneados que se me van muriendo como migas de pan.”
Forjadas en ese entonces, y en esa melancolía, sus huellas mnémicas, señales indelebles de retorno intermitente, atravesaron toda su poesía como una marca en el orillo imposible de evitar: “Oh, muerte, yo te amo, pero te adoro, vida... Cuando vaya en mi caja para siempre dormida, haz que por vez postrera penetren mis pupilas el sol de primavera.” Y con reminiscencias, a veces tan claras, que en su construcción dialéctica, revelaba su signo, un deseo manifiesto: 
“Morir como tú, Horacio, en tus cabales,
Y así como en tus cuentos, no está mal;
Un rayo a tiempo y se acabó la feria…

Allá dirán.
Más pudre el miedo, Horacio, que la muerte.”
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“Si en una de tus casas, Buenos Aires, me muero
viendo en días de otoño tu cielo prisionero,
no me será sorpresa la lápida pesada.”
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Pobre, joven, sin herramientas valederas que la faculten para sobrevivir en esa sociedad porteña, en un tiempo de palabras, lugares y verdades reservadas solamente a los hombres, donde la doble moralina de la época oscurecían los propósitos más nobles, Alfonsina llega a Buenos Aires en 1911, con diecinueve años y un hijo en su vientre. “En su maleta traía pobre y escasa ropa, unos libros de Darío y sus versos”. De esta forma, cuenta su hijo Alejandro el arribo de su madre. A pesar de ello, adopta ante la vida, una postura valiente, vanguardista y combativa, que le valió un lugar notable en la intelectualidad y la poesía argentina de los años 20. Y junto a Gabriela Mistral, Juana de Ibarbourou y Delmira Agustini, integró el racimo de voces poéticas más influyentes de la literatura americana de esa época. 
Alfonsina, fue la primera poeta argentina, adelantada a su tiempo, que lucha por las igualdades y derechos políticos y el voto femenino. Que se atreve a desafiar al rebaño desde sus innumerables artículos en revistas y prestigiosos diarios de entonces, estimulando e invitando a la mujer de su época, a conseguir lo que sueña y anhela en un mundo sin equidad de géneros. Salvando todos los obstáculos y prejuicios masculinos, Alfonsina, con voluntad inquebrantable, realizó una vehemente actividad gremialista, manifiesta en su lucha e intervención en la creación de la SADE-Sociedad Argentina de Escritores- de Buenos Aires, donde aún, nadie le otorgaba lugar ni espacio, a la voz femenina. Su férrea personalidad, le permitió ser ella misma, o acaso muchas, acaso todas: “Yo soy una y soy mil, todas las vidas pasan por mí, me muerden sus heridas”. La romántica y sumisa, y la menos citada: "Yo seré a tu lado, /silencio, silencio, /perfume, perfume, /no sabré pensar, /no tendré palabras, /no tendré deseos, /sólo sabré amar...". La contestataria: “Tú me quieres nívea/Tú me quieres blanca/Tú me quieres alba/Tú que hubiste todas/Las copas a mano…” Y la autobiográfica: “Yo soy como la loba/ Quebré con el rebaño/Y me fui a la montaña/ Fatigada del llano”. Con todas ellas, teje su vida y su obra: “Estoy en San Juan, tengo cuatro años; me veo colorada, redonda, chatilla y fea”. Sin embargo, y pasados muchos años, cuando llega una tarde la chilena Gabriela Mistral hasta su casa y Alfonsina le abre la puerta, Gabriela queda tan impresionada que, posteriormente, relata ese encuentro en El Mercurio: “Extraordinaria la cabeza, pero no por rasgos ingratos, sino por un cabello enteramente plateado, que hace el marco de un rostro de veinticinco años”. Y puntualiza: “Cabello más hermoso no he visto, es extraño como lo fuera la luz de la luna a mediodía. Era dorado, y alguna dulzura rubia quedaba todavía en los gajos blancos. El ojo azul, la empinada nariz francesa, muy graciosa, y la piel rosada, le dan alguna cosa infantil que desmiente la conversación sagaz y de mujer madura”. Agregando: “Que ha pasado tocándolo todo e incorporándoselo”. Y así fue. Siempre en busca de la ternura y de un amor reparador que nunca llegó, con los ojos, con las manos, con la piel y con el alma en carne viva, tocó e incorporó todo, y todo lo devolvió, generosa y magistralmente en una vasta obra que testimonia su entrega. 
Cuando el notable poeta Alfred Asís, con la generosidad que lo caracteriza, me otorgó el honor de prologar esta Obra en homenaje a Alfonsina, junto a mi enorme agradecimiento y mi sano orgullo, surgió en mí la gran responsabilidad de poner con “mis palabras”, la vida de esta gran poeta insuficientemente comprendida, Doble responsabilidad, como mujer poeta que soy, y como integrante de la SADE-Sociedad Argentina de Escritores- que fue parte de su lucha, e Institución que amo con su mismo, profundo amor. Me apoyé entonces, en unas palabras de una breve conversación que mantuve con su nieto Alejandro, en ocasión de una entrega de premios de un certamen literario en homenaje a Alfonsina en la Fundación Givré, en 1988: “Ella era blanca, sí, pero de múltiples e infinitas formas, que la sociedad de esa época no comprendía”. Y yo te creo blanca, aún con tus matices de oro y ámbar. Y te creo nívea como la luna llena sobre las aguas del mar profundo que te acuna. 
El Senado de la Nación Argentina rindió homenaje a la poeta, el 21 de noviembre de 1938, donde el senador socialista Alfredo Palacios, pronunció estas palabras: “Nuestro progreso material asombra a propios y extraños. Hemos construido urbes inmensas. Centenares de millones de cabezas de ganado pacen en la inmensurable planicie argentina, la más fecunda de la tierra; pero frecuentemente subordinamos los valores del espíritu a los valores utilitarios y no hemos conseguido, con toda nuestra riqueza, crear una atmósfera propicia donde puede prosperar esa planta delicada que es un poeta.” Palabras que, aún hoy, tienen total vigencia en muchísimos lugares del mundo. Por ello, gracias Alfred Asís, entrañable poeta al servicio de la palabra de todos, por esta Obra-Homenaje a nuestra querida poeta, que viene a integrar una serie de 23 Obras poéticas mundiales en Homenaje a grandes voces de la literatura mundial, con mil poemas y otras realizadas en 30 días con una significativa participación, editadas con tu esfuerzo que van circulando por todo el mundo. Y también, mi profundo agradecimiento a todos los poetas del mundo que acudieron a su llamado para celebrar a Alfonsina. Estos son los puentes que necesitamos, ahora más que nunca, para construir la paz y hermandad con todos los pueblos y que todos anhelamos. Queridos compañeros: “Si es posible el poema/ es posible la vida”. (M O. M)

Norma Beatríz Demaría.
Presidenta SADE-Sociedad Argentina de Escritores- 
Seccional Eduardo Castex. La Pampa. 
Integrante del Taller de Escritura de la Escuela internacional de Poesía y Psicoanálisis GRUPO CERO de Madrid.


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1 comentario:

Unknown dijo...

Maravillosa obra publicada por Alfred Asís. Una gran celebración a la hermandad de los pueblos del mundo.