Las 7 Maravillas del Mundo Antiguo


Las 7 Maravillas del Mundo Antiguo
VI edición del concurso literario
«Tono Escobedo»
Relatos
VV. AA.
Defoto libros
El Puig, Valencia, España
2018

Reseña

«Al final del día todos se recuestan y cierran los ojos. Tanto los que trataron de robar el fuego, como los que lo fingieron, como los que fueron capaces de imaginarlo en sus sueños más audaces pero lo consideraron poco realista durante sus vigilias, como los que guardaron discreto silencio.

Los que tenían que hablar, han hablado. Y los que tenían que ser recordados, lo han sido».

Un viaje a las grandezas pasadas a través de relatos modernos, seleccionados en la VI edición del concurso literario «Tono Escobedo».


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Prólogo o Epílogo
José Escobedo Bermúdez

Amanece el día y amanece hasta lo más profundo, lo más íntimo y elemental, nublado. Nublado a ras de suelo. La niebla cubre el cuerpo que, revuelto por su propia creatividad y sed de acción, se retuerce en pensamientos fantásticos, eléctricos como rayos. Los remolinos mentales tratan de proyectarse hacia algún lugar, intentan su explosión. ¿Lo consiguen?
Dime: ¿acaso lo consiguen?
Por supuesto que existen mil respuestas. Pero las respuestas no fueron inventadas para acercarnos a la Mentira, a la Verdad. No son dignas de ella. Apenas sí son un algo: el minúsculo campo de pasto donde, apacibles y tranquilas, pastan las cosas que pastan. Un lugar artificial, con su particular luz artificial, con su artificiosa ausencia de sombras.
La literatura, al igual que el amanecer, también es niebla, y también es mañana. También vibra bajo sus propias preguntas. Al final, el tema de una determinada literatura no es más que una excusa, como también lo son una primera palabra o párrafo respecto a todo lo que les prosigue. Basta un movimiento aleatorio, por pequeño que sea, para que todo lo demás se desprenda por inercia. 
¿Existe algo más sincero que la incomprensible nebulosa de la incertidumbre? Sin embargo la boca trata de abrirse y de soltar su tufillo fonético. La mano trata de traducirlo bajo la forma del trazo. Y así, desde el primer intento de la comunicación, nace la superficialidad sesgada y la más insincera de las mentiras: aquella que trata de ser veraz. 
Existe la idea romántica de que, precisamente por ello, la única forma de comunicación con esperanza es el arte, ya que éste no trata de ser veraz. Pero al igual que existe la idea romanticista, también existen otras. Lo cual puede parecer muy obvio. Como si todas las cosas obvias lo fueran.
¿Existe la mano mitológica que, hastiada de la indiferencia y de la excusa en que ésta se convierte, se alza en el cielo y golpea la tierra con una fuerza y determinación tal, que su temblor se hace notar hasta los últimos confines? 
¿Hasta qué punto vale la pena introducirse en el peligroso campo de lo determinado? 
Al final del día todos se recuestan y cierran los ojos. Tanto los que trataron de robar el fuego, como los que lo fingieron, como los que fueron capaces de imaginarlo en sus sueños más audaces pero lo consideraron poco realista durante sus vigilias, como los que guardaron discreto silencio. 

Los que tenían que hablar, han hablado. Y los que tenían que ser recordados, lo han sido.

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